A esa edad, a los 8 años, me comencé a dar cuenta del mundo y me pregunté de dónde venía yo, quiénes eran mis padres. Yo quise salir a buscar a mis padres y comencé a resistir la disciplina del grupo. Allí comenzaron a darme tabletas. Cuando vieron que yo no tomaba las tabletas, que a veces las botaba, entonces me llevaban al hospital y me internaban. Me daban medicamentos e inyecciones hasta cuando me veían tan débil que ya no era capaz de rebelarme, entonces me devolvían al grupo hasta la próxima rebeldía”.

“Si yo hubiera tratado de arrancar habría quedado colgando de las alambradas o en el hocico de los perros. Paul Schäfer me dijo una vez que si trataba de fugarme, al llegar a la puerta era hombre muerto. Yo no intenté fugarme. Quería salir vivo, para poder demostrar lo que allí sufrí y lo que sufren muchos otros. Me preparaba, pues sabía que si salía y no podía demostrar lo que digo, no tenía sentido mi salida. Yo traté de salir de forma inteligente”.

“Cuando él me violó, yo estaba bajo el efecto de las drogas que normalmente me daban. Yo me sentía muy mal, débil, necesitaba cariño. Yo quería sentir el cariño de un padre. Cuando estuve con él y sentí sus manos tocándome, sentí que él era como un padre para mí. Yo no sabía lo que significaba eso. Así comenzó una relación que duró hasta los 26 años. Él me obligaba a estar con él. A menudo yo no quería, no tenía deseos de estar con él, pero igual me obligaba, me violaba. Yo sé de otros niños que se negaban y sufrían, los castigaban, se enfermaban. Sé de dos niños que incluso terminaron con problemas cardiacos”.

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